Post by LauraMundy on Nov 13, 2007 1:36:12 GMT 1
Nada. Esto es un simple "what if" ante la famosa escenita en la que Sarah deja a Maurice. En concreto qué pasaría si ella se diese cuenta de su craso error MUCHO antes de todo, mucho antes de que él tenga que ir a buscarla en desesperación. O sease, si el momento reconciliación fuese totalmente distinto Guiño
Se la dedico a mis chicas fans/pseudo fans/algo de esta película, especialmente ele (Gala) Pinks! Lengua que me soporta demasiadas cosas, y Sara (Matt shore) Espero que os guste...XD aunque no sea gran cosa. Mwa!
I’ve been twisting and turning,
In a space that’s too small.
I’ve been drawing the line and watching it fall.
You’ve been closing me in, closing the space in my heart.
Watching us fading and watching it all fall apart...
Well I can’t explain why it’s not enough
‘Cause I gave it all to you
And if you leave me now, oh just leave me now.
It’s the better thing to do.
It’s time to surrender, it’s been too long pretending, there’s no use in trying
When the pieces don’t fit anymore. Pieces don’t fit here anymore.
You pulled me under, if I had to give in.
Such a beautiful myth,
That’s breaking my skin.
Well I’ll hide all the bruises,I’ll hide all the damage that’s done.
But I show how I’m feeling until all the feeling has gone.
Oh, don’t misunderstand how I feel.
Cause I’ve tried, yes I’ve tried.
But I still don’t know why. No, I don’t know why
I...don’t know why –James Morrison, The pieces don’t fit anymore.
Todavía podía escucharse. El eco de sus zapatos resonando escalón a escalón, reticentes. Quizás mezclados con aquél ruido proveniente de los bombardeos, del dolor fuera, de la lluvia que empezaba a caer de nuevo como una cortina fina.
Y yo estaba de repente convertido en piedra. Continué varios minutos en la misma posición que cuando dijo sus palabras. Sin darme cuenta, mi otra mano, aún ensangrentada, la que ella había intentado curar pero no dejé que lo hiciera, estaba apretada con fuerza contra el bolsillo de mi batín, rasgado, dejando entrever los cortes que me había hecho. Y la polvareda por todo mi cuerpo.
-La gente quiere a Dios y nunca lo ve.
-Esa no es la clase de amor que quiero
-Quizá no haya otra
Supe que se marchaba desde el momento en que vi sus movimientos tensos. Evadió mi mirada, reaccionó con una pasividad extraña ante la vuelta de mi inconsciencia. Rezaba. Dijo. Pedía un milagro. Por un momento no la tomé en serio, más bien ni quise hacerlo. Ella nunca ha sido lo que se dice especialmente creyente, menos católica. Y ahora hablaba de Dios, ahora me hablaba de que había pedido un milagro…Después recuerdo que sonaron las sirenas, como el anuncio de lo que ya estaba pronunciado mediante gestos de uno y otro.
Un final.
Podía notar el temblor en su pulso cuando iba abotonando con un ansia inusual su chaqueta. La conocía demasiado, su lenguaje corporal en innumerables ocasiones me había hablado más que su propia voz. A veces un suspiro, una sonrisa o una mirada podían dar respuesta a aquello que estuviese cuestionándome. Si seguía queriéndome, si quizá esto duraría cuando estaba irremediablemente desequilibrado…
En aquélla ocasión su “sí” seco y punzante, me hizo interpretarlo como que quería hacerme daño tajantemente para así evitar males mayores. Lo peor de todo es que no terminaba de entender por qué. Me pasé varios días, incluso semanas, preguntándome la razón que había tras sus actos. Tras mucho, saqué la conclusión de que simplemente se había aburrido de alguien como yo.
De mi pesimismo permanente, de mi inseguridad, de mis celos absurdos ante cualquier cosa que pudiese rodearla, rozarla del modo en que yo no podía. No entiende que amo cada rincón de ella, por eso cada vez que la tengo intento retener con todas mis fuerzas su olor, el color de sus cabellos, la tonalidad de su piel, cada peca, cada exhalación o cada risa.
Para que cosas como cuanto aconteció hoy no me borren su recuerdo.
Ya es plena madrugada. Tengo la máquina de escribir delante de mí pero me es completamente imposible teclear una maldita palabra alguna vez. Siento que la odio. Por un momento se me ha pasado por la mente. Que odio que me haya hecho esto, que odie que no me haya dado explicaciones.
O que pueda estar con otro hombre. Miles de conjeturas que no me dejan conciliar el sueño.
Cuando lo único que siento es vacío y una pregunta eterna: ¿Por qué?
Sigo tumbada en el sofá. Me siento lacia. En realidad, podría jurar que ni siquiera siento mis piernas.
Una parte de mí me acusa, me dice que ha sido una auténtica estupidez, que me deje de chorradas y que estoy interpretando una casualidad con ojos demasiado divinos. Puede que ese lado de mí tenga razón, pero yo estoy muerta. En vida. La mayor contradicción, pero tan cierta.
Jamás he tenido el valor. Miro a Henry, escucho sus palabras compasivas y las pocas fuerzas que en un pasado pudiesen quedarme para mandarle al cuerno se aplacan. Me da pena, entonces eso puede conmigo. Igual que observar a un perro desvalido, que pone su mirada suplicante en ti, intentando esperar que tú te agaches, tomándole en tus brazos para darle hogar. Piedad. Puede que en realidad me casase con esa palabra, no con mi marido.
Devuélvele la vida y no volveré a verle.
En qué bendita hora decidí seguir esa promesa. Como si me fuese la vida en ello. Será lo mejor para ambos, pensé. Quizá esto sea señal de que no estamos destinados a estar juntos. ¿Pero cómo va a ser así si él es mi otra mitad?
Dejé su piso. Sin mirar atrás. Porque si lo hacía y volvía a encontrarme sus ojos azules no hubiese sido capaz de irme serena, sin romper en llanto. Pero no duró más que en cuanto crucé la puerta. Mezclado con el viento, la tierra pegada a mi cara, había lágrimas.
Sonrío. Muchas veces parece que no me entendiese. Él nunca ha dejado de consumirme con su posesivismo, con sus celos exacerbados, y yo no dejo de demostrarle constantemente que le amo, pero nunca se lo cree. Recuerdo aquel día al salir del restaurante. Dijo estar celoso de la lluvia. Yo reí, incrédula. Y le besé. Porque así es con él. Tengo que estar demostrándole incansable mi amor. Me lo exige. Y yo lo derrocho de un modo enfermizo. Ambos lo hacemos. Aunque pueda parecer una locura, así es como más cómoda me siento. Me he hecho a él.
Pero mi apatía, los malestares, las visitas de los médicos, el ascenso de trabajo de Henry me mantienen aquí atada con cuerdas muy fuertes. Y esa promesa que me da miedo incumplir.
Es lo mejor.
Es lo mejor para ambos.
Tomo pluma y papel, escribiendo lo primero que sale de mi corazón.
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Mucho tiempo.
No he dejado de moverme por todas partes, pendiente de toda cosa que el curioso personaje que es el detective pueda decirme. Buscaba por cada recoveco la confirmación de varias dudas que llevaban invadiendo mi tiempo de descanso muchos días. Ni una llamada de ella. Normalmente suelo esperar que llame, alrededor de las cinco. A veces sólo escuchar su voz diciendo “voy para allá” me era suficiente. Ahora el teléfono estaba muerto, exceptuando por alguna llamada aislada de mi editor. Lo estaba el teléfono y mi creatividad. Antes escribía del orden de quinientas palabras diarias o más. Ahora, rara era la ocasión en la que podía escribir un maldito párrafo.
Smythe. Ya había visitado al tipo en cuestión. La táctica que utilicé con su hijo realmente funcionó a medias. Era un pastor. Un pastor. Con Sarah. La idea me chirriaba bastante, pero la acepté como buenamente pude. Aunque la sutil soez que salió de mis labios pareció contradecirme. Luego encontré ese librito con forma de diario. Sólo había empezado a leerlo. Muchas eran declaraciones abiertas de sus sentimientos hacia ese alguien invisible. ¿Smythe? ¿Otro? Yo ya no dejaba de divagar y me estaba volviendo loco.
Hace un tiempo de perros. La lluvia no cesa y se está mojando mi nuevo manuscrito. A este paso va a quedar inservible. Menos mal que las redes de distribución son cada vez más fuertes. Encajo mi llave. Raro que la casera no esté merodeando por aquí. Cuando no lo hace, suele estar limpiando en alguno de los pisos anteriores al mío. Sinceramente, es una señora un tanto insoportable y mi humor no está como para soportarlo. Me espera otro día igual que el anterior, pero al menos, ahora, sé que tengo un trozo de Sarah, un trozo de sus pensamientos, un trozo de ella, que he ido leyendo hasta que encontré por fin la respuesta. Estaba demasiado equivocado y cuando lo supe sólo sentí ganas de insultarla. O más al contrario, de hacer lo posible para volverla a ver.
Dejo el gabán sobre su perchero para que se vaya secando. Cuando lo abandono todo encima de la mesa, lo que menos espero encontrarme es algo que vislumbro a través de mi cuarto, sobre la cama. Es un abrigo. Y yo no lo había dejado ahí por la mañana. Voy avanzando con cierta incertidumbre, pensando que a lo mejor tenía alguna reunión pendiente. Teniendo en cuenta mi cabeza, no sería de extrañar que se me haya olvidado.
Lo que ven mis ojos al entrar se sale de lo común. Incluso, no soy capaz de hacer nada. O decir nada.
Es ella. Ella. ¿Había decidido ese Dios que tanto me nombró ser bondadoso y devolverle el sentido común? ¿O me estaba, por el contrario, tendiendo una trampa? Está empapada. Su expresión es de gran hastío. Acurrucada sobre sí misma, su cuerpo se mueve en pequeñas sacudidas. Lleva un traje oscuro, el cual desconozco si lo era antes de que se empapara, pues sus rizos cobrizos están considerablemente húmedos. Aún no ha alzado su vista. La tiene fija en su diario, que parece haberlo descubierto.
Y cuando lo hace nos quedamos quietos. Tiene los ojos irritadísimos. Su piel aún más blanca que de costumbre. Parece enferma. Por el aspecto que presenta diría que ha estado horas bajo el agua.
-Sarah...
No dice nada. La veo levantarse. Sonríe. Muy débilmente. Se acerca. Es raro volverla a tener tan próxima. Me abraza, muy fuertemente. Mi orgullo me impide hacer lo que mi corazón exige, corresponder, besarla con toda la intensidad que su maldita ausencia me ha dejado. Puedo escuchar sus sollozos directamente en mi oído. Eso me reconforta. Sé que está conmigo.
-Lo siento –Susurra muy débilmente, retirándose y tomando mi cara –Maurice…
-¿Cómo pudiste irte por esa tontería? –Digo sin más, frustrado.
-No he podido hacerlo –Volvía a llorar. Besó mis labios breve pero intensamente –Tenía que volver.–Un acceso de tos la sobrevino. Apoyó su pequeña mano en mi torso vestido, buscando mi calor –Necesitaba verte…yo…Henry…
La miro. Y veo en esos pequeños ojos azul grisáceo lo mucho que la había echado de menos. Que en realidad, importaba poco lo que ella me contase o cuanto tuviera que ver con todo lo leído en aquel diario.
Entonces decido acallarla suavemente apoyando un dedo sobre sus labios. Sonrío. Eso parece confirmarle que no he dejado de ser el mismo. Delante de ella jamás dejé de serlo. Mis sentimientos en todo este tiempo no han cambiado por más que lo intentase. Por más que quisiera volverme en contra de ella o el propio señor Miles. O Dios. O cualquiera quien estuviese aparatándola de mí. Beso sus labios profundamente. El aroma en su aliento es agradable, como menta, y su perfume es el de siempre.
Nada ha cambiado. Deslizo con mucha delicadeza mi mano a través de su falda. Ella ríe suave.
-Le he dejado una nota a Henry –pronunció entre besos.
Supe inmediatamente lo que quiso decir. Leí sobre su vano intento.
-¿Qué piensas hacer? –Me separo, lo justo, mirándola con atención.
-Esperar que lo entienda –Replicó tajante. Como sin querer tocar más el tema.
No digo más. Simplemente retiro un mechón de pelo pegado a su frente con mimo y vuelvo a besarla.
Mañana será otro día.