Post by LauraMundy on Oct 29, 2007 17:48:37 GMT 1
Segundo fic basado en fin del romance y actualizado hoy en el tren ¡disfrutad!
1.NEGACIÓN.-PRÓLOGO-
No human being can really understand another, and no one can arrange another's happiness.
****************
Algunos días despiertas y piensas que todo es, digámoslo de una forma técnica, un sin sentido. Intentas moverte pero tu mente está exigiendo que te quedes quieto, que ya no salgas de ahí. Para qué, preguntas al aire, el cual como es obvio no suele contestarte. Con qué motivo uno enfrentaría las prominentes nubes que van asomando por el cielo Londinense. Avecina otra llovizna de las buenas. Un verano extraño, no ha sido como otros que, a pesar del siempre permanente mal tiempo, nos auguraba unos pocos días de sol. Éste no ha sido el caso. Cuando consigo asomarme a la ventana, sólo veo gente paseando, protegiéndose del frío con abrigos finos. Ninguna silueta fácilmente reconocible, mejor dicho, ninguna que espere con ansia, del mismo modo que hace un año atrás. Uno, qué cifra tan simple, se dice muy pronto, pero al mismo tiempo pesada como una losa de mármol. Bello, pulido, pero pesado a la espalda.
Un año en el que ni una palabra ha salido de mí para reflejarse posteriormente en la máquina de escribir. Sólo encargos que hacía como si fuese un autómata.
Un año en el que tan sólo el pensamiento de ponerme a trabajar sacaba las pocas energías que pudiesen quedar en mí.
Fue justo en esta misma fecha que seguiré maldiciendo el resto de mi vida. Y ahí me quedo, sentado, las piernas levemente plegadas sobre el poyete de la ventana. Un arranque de rabia del aire se lleva los restos de cenizas de un cigarro. Algunas tradiciones las sigo cumpliendo, sentarme y esperarla mientras fumaba. Observar por minutos que se me hacían horas hasta distinguirla. Ahí estaba, su menuda figura se movía con una clase que la distinguía del resto de féminas que pudiesen andar por el paseo. Eran pasos lentos, acompasados. Por eso los distinguía siempre. Misma razón que me llevó a distinguirlos aquella noche en casa de su marido, habiendo estado tanto tiempo sin verla, sin vernos. No negaré que mi corazón dio un vuelco cuando la volví a sentir cerca. Porque tenerla cerca siempre ha sido estar vivo, completo.
Un trueno acaba de retumbar por toda la estancia, empiezo a mojarme pero poco me importa, aunque sí me importa que lo hagan los papeles sobre los que estoy escribiendo esto, a mano, siempre a mano, me siento más en sintonía con el bolígrafo últimamente antes de pasar nada a máquina. Me muevo ligeramente para quedar de espaldas, permitiendo que la débil luz de la lamparilla me ayude. Las gotas que se cuelan por el cuello de mi camisa me hacen recordar un momento concreto, el cual ni siquiera sé por qué escribo. Algo parecido a cuando ella repasaba con sus uñas mi nuca, mi espalda.
O más bien una noche en la que resumió mi nombre con un único pronombre, calada hasta los huesos.
¿Tú?
Sigue aquí. Sigue aquí. No se irá.
Me niego a aceptarlo.
¿Me has escuchado, Sarah?
2.CIELO
The way to love anything is to realize that it might be lost
***************
Habían pasado tres días desde la fiesta en la que nos habíamos conocido. Yo necesitaba información para la obra que en ese momento estaba creando. Poco especial, pero siempre me ha gustado llevar mis trabajos con seriedad. Investigando. Así conocí a Henry miles. Y así la conocí a ella. Retengo con especial atención en mi memoria el momento en que nos presentó. La Señora Miles. Sarah Miles. Me dirigía su saludo con extrema candidez, su timbre siempre dulce, atento. Y yo atendía bien a esos labios carmín, a los ojos grises que se fijaban con pícara curiosidad en los míos, con astucia. Después recorrí su cuerpo perfectamente modelado cubierto por un soberbio vestido rojo, la cara correctamente maquillada, invadida por las pecas al igual que sus brazos, cosa que me hacía intuir de la misma manera para el resto de su cuerpo. Encantadora. Paciente como ninguna. Escuchando a su anodino marido, Henry. En principio me hacía gracia el modo tan elegante que tenía para torear a quien era evidentemente un marido bueno, entregado a su trabajo pero no a la mujer que tiene en casa. Al entrar ya me fijé en ella, yendo de aquí a allá, escondiéndose en el más recluido rincón para coquetear con algún invitado, quien tenía el descaro de besarla.
No sé qué sentí al ver que rozaba los labios de otro. Al menos no en ese instante. Posteriormente lo averigüé, claro. La respuesta me vino de mis propios labios, cuando empezamos a vernos inocentemente. Saber datos de la más directa fuente de información del hombre con uno de los puestos más importantes en Gran Bretaña. Una excusa idiota para volver a perderme en su forma de caminar, o de insinuar sin ella quererlo sus finas piernas. Por alguna extraña razón, le había caído bien. O algo parecido, aunque resultase una idea totalmente surrealista a mis ojos, tratándose de mí. Esperaba que contestase a mi proposición: “Será mejor que lo dejemos para otro momento, Señor Bendrix” Sin embargo, aceptó mi compañía como si le fuese en ello. Necesitada de hablar, pasábamos horas muertas cenando, tomando el té, cualquier excusa era buena. Un día paseábamos por la avenida que separaba su casa de la mía, el mismo paseo que ahora está encharcado de agua una noche lo estaba menos, había despejado y acababa de empezar la noche. Aún así, Sarah nunca perdía su compostura. Yo, sin embargo, ya estaba luchando con la humedad patente en mi gabardina.
-Dígame –Preguntó, curiosa, mientras seguía mi costoso caminar a causa de la maldita cicatriz. La única huella que tengo, la única que se dedica a recordarme el dolor de vez en cuando –No he dejado de cuestionarme, espero no se lo tome a mal por favor –Rió, muy levemente. Un movimiento ligero, que acompañaba al aire –¿Cree realmente que Henry puede inspirarle tantas horas de investigación?
-Reí ante su inocente y gracioso comentario, cosa que pareció agradarle sobremanera –Un escritor no siempre tiene que centrarse en un único personaje, a veces –Hice una pausa mientras íbamos aminorando el paso –A veces también ha de centrarse en el entorno más cercano a ese personaje.
-¿Eso quiere decir que piensa escribir sobre mí? –Contestó, encendiéndosele las mejillas –No pierda el tiempo…
Paramos, el portal de su casa estaba justo frente a nosotros, y yo no tenía más que cruzar. Llegaría a casa. Llegaría a casa e intentaría olvidarme de cada sensación que producía su presencia, aunque sabría que por el contrario me las pasaría tecleando en mi máquina de escribir hasta las dos de la madrugada, si no me daban las tres.
-¿Tiene que serlo? –Nos habíamos quedado frente a frente. Uno a centímetros del otro, pero sin decir nada. Sólo mirándonos en medio de una oscuridad parcial. Por fin, conseguí hablar –Yo creo que tiene una vida más interesante de cuanto dice.
-Oh, no lo crea –Decidió concluir finalmente nuestra conversación –Es muy sencilla.
-Hasta la gente sencilla esconde cosas.
Ambos subimos un escalón más hacia la puerta. Sarah pareció observar mis movimientos con lentitud, callando con secreta discreción la respuesta a mi afirmación.
-Le duele mucho.
-¿Perdón? –Dije, deteniéndome, otra vez teniendo sus labios a centímetros de mí.
-Su pierna, le he notado cojear –Compasiva. Siempre preocupándose por el resto de la humanidad.
-La guerra me dejó marca –Sonreí débilmente –Sólo me molesta cuando estoy cansado, cambia el tiempo o cosas así. No tiene mayor importancia.
Sin pensarlo, me aproximé un poco más y rocé sus labios. Sólo rozarlos, pero ella atrapó los suyos en los míos con un ansia inesperada durante un breve instante. Fue como inyectar un néctar sabroso por todo mi cuerpo. No he estado con pocas mujeres, pero ella cambió mis esquemas en unos segundos. Hallé la respuesta: Quería tenerla conmigo. Desde ese preciso instante, no quise que absolutamente nadie pudiera probarla. Entonces una declaración sorprendió a mis oídos.
-Estaba…preguntándome –Dijo, posando dulcemente sus manos sobre mi camisa. Unas pocas gotas de agua caían sobre nuestras cabezas –Cuándo haría esto.
Acarició mi rostro con manos temblorosas.
-Igualmente se lo preguntaría con su pretendiente de la otra noche. Él también la besó.
-Sonrió con amargor. Como recordando lo realmente desgraciada que era su vida. El patetismo al que había sido reducida –Es un investigador nato, Señor Bendrix
-No, novelista –Respondí para suavizar la situación –Parece mentira que seamos vecinos prácticamente y nunca la haya visto –Un par de taxis pasaban por la calle. Aún la tenía entre mis brazos –Será mejor que la deje descansar –Noté su temblor al sentir que mi tacto se iba.
Suspiró. Un suspiro lleno de añoranza. De rabia. Continencia, quizá.
-Maurice –Paré por un segundo al escucharla decir mi nombre por primera vez –¿Perdonará que no haya leído algo suyo si volvemos a vernos?
Sonreí. No contesté, quizá porque sabía, más bien, necesitaba, que volviéramos a vernos. De algún modo, las expectativas eran tan grandes que esa noche fue la más productiva en mucho tiempo. A veces paraba de escribir. Cuando dieron la una y media dirigí mi mirada hacia la dirección en la que sabía que estaba la casa de los Miles. Una lucecita estaba encendida. Por un momento me la imaginé, sentada.
Pensando en mis expectativas.
O escribiendo en el diario que yo mucho tiempo atrás encontraría, al cual decidí robarle varios extractos para tenerlos en mi poder.
Seguía lloviendo. Olía a tierra mojada.
Justo como ahora.
Extracto del diario de Sarah
1939.
Hoy ha sido un día realmente precioso. Después de la nevada que está acechando este mes de Diciembre, ha empezado a salir el sol. Cubre todas las calles. Se ve todo como si fuese un enorme cuadro. Acabo de volver y no sé cómo debo sentirme. Si culpable, o por el contrario la mujer más afortunada del mundo. El espejo al que estoy mirándome desde luego refleja ambos sentimientos a la perfección. Tal como el viernes pasado, cuando vi la silueta de Henry asomarse tras la puerta. Su mirada de marido sumiso muchas veces me desconcierta, me enerva, pero debo decir que ese día no. Avanzó con una taza de té en la mano. La dejó con mucho mimo sobre la mesa y yo, sutilmente, cubrí esto con mi brazo derecho. Esos son los tres minutos que mi marido dedica a diario a su esposa. Lo vi sonreír, así, con esa calma que lo caracteriza.
-Tengo que marcharme, querida –Enunció –Ya sabes que me será imposible estar en casa durante el resto del fin de semana.
-Lo sé –Sonreí del mismo modo apocado que hago cuando él está conmigo –No te preocupes por mí. Estaré bien.
-¿Seguro? –Contestó, esperando esa seguridad de que no tiene por qué sentirse mal por abandonarme, una vez más.
-Tranquilo, de verdad.
Con esto, se despidió dándome un beso en la mejilla. Cogió su maletín, su equipaje, avisó a la asistenta para que se fuese y yo respiré tranquila. Apagué todas las luces, bajé las escaleras, echándome en el sofá para buscar algo más entretenido que hacer. Aunque en el fondo, me decía, como me digo todos los días, sé que lo que estoy esperando es su llamada. Su bendita llamada. Volver a verle. Veinte minutos después, sumergida en la lectura, pocas cosas para las que podía sacar tiempo, además del sopor que me producía estar tumbada con una gruesa mantita sobre mis piernas, sonó el timbre con estridencia. Me levanté algo extrañada, porque supuestamente no esperaba a nadie. Aunque al abrir la puerta ya se disiparon mis dudas cuando vi a Maurice, apoyado sobre la verja, esperándome con esos ojos verdes, ésta vez reflejando cierto enigma, sobre los míos.
-Bueno –Dijo, animándome a ir hacia él –¿Es que no tienes nada preparado?
Fui hasta él, besándole. Su cara estaba algo húmeda y suave por el efecto del afeitado reciente. Olía bien, a una colonia agradable.
-Maurice…¿preparado para qué? –Reí.
-Para irnos, claro –Me atrajo hacia sí
-¿A dónde? –Respondí con paciencia. Otro beso que cayó sobre mis labios en respuesta.
-Si te lo dijese perdería toda su gracia, ¿no? Prepara tres o cuatro cosas en una maleta, vamos a salir en media hora.
-Hace mal tiempo –Intenté hacerle entrar en razón. Adoro ese sentimiento impulsivo y bohemio suyo, porque en muchos aspectos somos iguales, nos damos de la misma manera, pero otras veces me gusta simplemente estar tumbada en el sofá con él mientras el fuego de la chimenea calienta nuestros cuerpos –¿No es mejor que nos quedemos en casa? Está vacía. Además, ¡apenas podría cargar con ropa!
-Tanto mejor –Él y sus pícaras bromas. Siempre me hacen soltar una sonrisa –Pero puedo asegurarte que éste sitio es mejor.
Me dejé convencer. Porque en gran parte la sola idea de irme lejos de Henry, de esta casa demasiado grande para mí, resultaba atractiva, tanto o más que mi pensamiento de estar los dos, juntos, en mi propia casa, solos durante dos días completos. Varias horas después, recuerdo que llegamos, un poco tarde, pero no demasiado. No nos distrajimos, esa fue nuestra ventaja. Maurice, tras insistirme mucho en que no preguntase nada, me dijo simplemente que prestase atención. El espectáculo natural presenciado a continuación no tenía nombre: Una casa de campo se alzaba sobre una pequeña llanura absolutamente nevada. Hacía un poco de ventisca y los árboles que la flanqueaban por los alrededores se mecían con una armonía casi perfecta.
-Es –era un detalle precioso, y aún estaba sin salir de la sorpresa–es perfecta, Maurice. Realmente perfecta.
-Y lo mejor es que no me ha costado demasiado alquilarla.
Ni siquiera me dejó protestar. Sabe perfectamente que no me gusta que tenga estos detalles que pueden ser muy caros, pero también conocía de su pequeño gran ingreso reciente por el último libro, que encima el anterior ya había salido a la gran pantalla. No podía quejarme. Al salir casi al mediodía, se nos echó la hora de comer encima. La cocina realmente no es mi fuerte, pero siempre he hecho buenos bocadillos. De todas clases. Preparé unos cuantos, algo de beber, disponiéndolo todo en la mesa. Hicimos la sobremesa tumbados sobre la nieve, sintiendo el frescor sobre nuestras ropas. El traje de chaqueta de Maurice se estaba estropeando, mi falda también arruinada, pero ahí estábamos. Era todo lo que nos importaba en ese momento.
-Quiero volver a venir. Dentro de poco hemos de marcharnos. Tendrás que estar con Henry –Terminó, con ese deje lleno de celosía.
-Planté paciencia, como siempre que se ponía así por cosas tan simples como comentarle que fui con mi madre de compras a Brighton –Cielo, ¡aún ni ha terminado el viernes! –Me giré un poco hasta que lo tuve frente a mí. Jugué con los botones de su camisa azulada –Seguimos aquí, ¿no? Aunque no podamos volver tan a menudo como quisiéramos…
-Eres optimista por vocación –Se incorporó levemente, hasta tenerme más cerca.
-Me enseñaron a serlo desde muy pequeña. Además, es la única manera que tengo para contrarrestarte.
-Muy graciosa –Contestó. Una medio sonrisa impresa en sus labios. Intentaba no reírse, pero, vaya si sabía que estaba deseando hacerlo.
-Lo soy –Me acerqué aún más –Y si te molestara no tendrías ganas de reírte
-Quién te ha dicho eso –Siempre manteniéndose victorioso. Contra más serio intentaba mantenerse, más le costaba no romper a reír.
Entonces colé mis manos por entre su camisa y supe dar con el punto exacto de sus cosquillas. Acabamos a carcajada limpia hasta que sentí nuevamente su boca, la mezcla del frío y el calor de su cuerpo fueron suficientes como para que tomásemos un paraje natural al atardecer incluso mejor que un gran salón con chimenea. Sus caricias, que iba soltando poco a poco, como un cuentagotas, aquí y allá, del mismo modo que dejaba caer sus besos, en el cuello, o sobre mi pecho conforme iba desvelándolo al quitarme la blusa… y yo, acariciando su espalda, incesante, al llevarme un poco de nieve accidentalmente a las manos consigo mojarla, revolucionando su pelo mientras voy dejando que su camisa termine de desgraciarse sobre el hielo. Me encanta hacer eso, está tan adorable cuando simplemente es él, con su aspecto desgarbado, de escritor despistado pero lleno de pasión y cosas por dar al mundo. Siento que cada vez que hacemos el amor me bebe a sorbos, extrae la parte de mí que le pertenece, todo de mí, para unirlo con el suyo.
Susurro palabras que sé que en el fondo no se cree, no porque no confíe en mí, sino porque piensa que nadie es capaz de amarlo del mismo modo que yo lo hago. Es tan incierto, y me agradaría tanto que alguna vez lo supiese. Que supiese que entregaría hasta lo más preciado con tal de estar juntos.
Quizá, algún día lea esto y pueda darse cuenta. Algún día.
Lunes, 20 de Diciembre.
TBC (prox post)