Post by gala on Dec 28, 2007 2:42:16 GMT 1
DISCLAIMER: La franquicia de Doctor Who y Las Aventuras de Sarah Jane pertenecen a la BBC y a una retahíla de guionistas desde tiempos inmemoriales. Tengan en cuenta que no reclamo nada más que el tiempo invertido en escribir la historia xD porque los de la BBC se ocuparon hasta de quitar los derechos a la policía sobre las police blueboxes. Muy fuerte xD
RATING: K/K+
GÉNERO: Romance. Amistad. Drama.
SPOILERS: AU Post- School Reunion (Nuevo Who, 10º Doctor: 2x04), Hand of Fear (Clásico Who: 4º Doctor y menciones del 3º).
PAIRING: básicamente 4/Sarah Jane Smith. Alusiones a 10/Rose.
SUMMARY: Sarah Jane ha vivido los últimos treinta años suspendida en un limbo de anhelos y recuerdos, a la espera de vislumbrar un flash azul aparecer de la nada para devolverle al amor de su vida. ¿Cambiaría algo si se le diera una segunda oportunidad para regresar al momento en que se vio forzada a abandonarle?
DEDICATORIA: Para los que consiguen ver más allá de las cafeteras gigantes xDDD y las chicas de TV TALK por animarme a ver esta serie, después de años y años de oír hablar de ella. A las Ángeles de Volk (Lau-Regi-Sandra), porque forman un trío (omg no en ese sentido!) fantabuloso que no se encuentra por ahí desde el de JK (pre-Epílogo, por favor).
SARAH JANE: I waited for you. I missed you.
DOCTOR (brushing this off): Oh, you didn't need me! You were getting on with your life.
SARAH JANE: You were my life.
The Doctor looks up at her.
SARAH JANE: You know what the most difficult thing was? Coping with what happens next, and with what doesn't happen next. You took me to the furthest reaches of the galaxy, you showed me supernovas, intergalactic battles and then you just dropped me back on Earth. How could anything compare to that?
Shall we agree that just this once
I'm gonna change my life
until it's just as tiny or
important as you like
and in time, we won't even recall that we spoke
Words that turned out to be as big as smoke
like smoke, disappears in the air
there's always something smouldering somewhere
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
You'll see me off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
There was a time not long ago
I dreamt that the world was flat
and all the colours bled away
and that was that
And in time, I could only believe in one thing
the sky was just phosphourus stars hung on strings
and you swore that they'd always be mine
when you can pull them down anytime
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
You'll see me off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
There, there baby now, don't say a word
lie down baby, your vision is blurred
Your head is so sore from all of that thinking
I don't want to hurt you now
but I think you're shrinking (I think you're skrinking)
You're half-naked ambition and
you're half out of your wits
and though your wristhingych always works
your necktie never fits
Now its so hard to pick the receiver up
and when I call, I never noticed you could be so small
the answer was under your nose
but the question never arose
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
When you find me here at the end of my rope
when the head and heart of it finally elope
You can see us off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
[The Other End (of the Telescope), Aimee Mann & Elvis Costello]
***
− Adiós, mi Sarah Jane…
Aunque el aroma, a té y eternidad, resultaba familiar (un bálsamo para las heridas sin cicatrizar en su alma), la textura de la chaqueta de tweed y corte clásico raspaba como la lija bajo su mejilla. Nada que ver en absoluto con la suavidad del terciopelo o la confortable calidez de la lana que en otro tiempo (tantas estrellas…tantos eones) la habían acunado.
Brazos jóvenes, fibrosos, estrecharon a Sarah Jane Smith en un abrazo infinito, elevándola del suelo en su entusiasmo. Desde luego, desde esa perspectiva, se notaba que era más fuerte de lo que la primera impresión le había sugerido. La apariencia larguirucha, espigada, de su actual regeneración había hecho aflorar su instinto maternal envuelto en telarañas y relegado al olvido. Tuvo que reprimir el deseo de llevarlo a casa para darle un buen plato de sopa caliente, además del impulso de estrangularle por haberle hecho subsistir en el purgatorio del olvido, con la convicción de su muerte, por supuesto.
En el fondo, su razón sabía a ciencia cierta que era Él, más o menos menudo. Conservaba la mirada inquisitiva, el resquicio en el que, si permitía que te asomaras, podías vislumbrar con asombro el devenir de los siglos, la muerte de Estrellas, el nacimiento de razas, los confines de galaxias sin descubrir en su tiempo.
Sin embargo, no podía dejar de pensar, con una tristeza que la desgarraba por dentro que, al margen de que luciera rostro y unas manos diferentes, de la ausencia de chorreras y de la bolsa de ositos de goma abierta en el bolsillo… éste no era su Doctor. Había sido despojado de la ingenuidad y la picardía. Si ella había envejecido con un agujero negro en el corazón, sus pérdidas a él le habían curtido, hasta que su jovialidad y madurez parecían incongruentes, reñidas. Se había vuelto más cínico, más cauto, más reservado y hermético, aunque lo disimulada bien con su verborrea sin fin y la petulancia típica del niño avispado de la clase. Llevaba una sonrisa dulce y nostálgica en el rostro cada vez que miraba en su dirección, pero la mayor parte del tiempo era tan sólo una mueca refleja. Lejos de conmoverla… no sabía bien si reír o llorar en esas ocasiones, pues era consciente de que los corazones del Doctor latían con una sincronía distinta de la suya. Siguiendo el tempo de la muchacha valiente, ingeniosa y leal que ahora viajaba con él, Rose. Una rosa fresca, sin espinas, que empezaba a abrirse bajo los rayos del sol. No podía odiarla, aunque hubiera tenido motivos. De hecho, era curioso. Le recordaba tanto a ella misma… antes de marchitarse en un páramo yermo ante horas muertas de espera…
Pero incluso alrededor de Rose, él mantenía una máscara de resignada y fría impasibilidad, y unas barreras de contención que les protegían a ambos. Una distancia de seguridad sin la cual hubiera incurrido en el error que, sin duda, estuvo a punto de cometer con ella.
Sarah Jane había reflexionado sobre todo ello mientras corrían para salvar sus vidas y la de escolares inocentes con alienígenas pisándoles los talones. No podía ser más lógico y natural que la hubiera olvidado, que hubiera preferido apartarla a readmitirla a bordo TARDIS.
El Doctor dominaba al tiempo y, a la vez, éste era su peor enemigo. Por fin lo había entendido. Él, infalible, poderoso, era tan humano como ella en ese aspecto. Tenía miedo y era egoísta. Correr aventuras acompañado era para él un modo de vida, una necesidad para combatir la soledad y el vacío entre constelaciones, más que un entretenimiento. La Humanidad le fascinaba, le enriquecía. Pero embarcar a cualquier persona como compañero de viaje, por valiosa y útil que fuera, constituía, llegado a un punto (el de la amistad), un riesgo doblemente peligroso para él. Ver envejecer y morir, uno tras otro, a sus amigos… suponía un pesar que se magnificaba hasta el infinito y se hacía intolerable.
No la había dejado atrás porque fuera prescindible, o porque hubiera encontrado alguien mejor, sino porque la había apreciado demasiado para retenerla, demasiado para seguir surcando los milenios sin ella. Sin la certeza de que estaba a salvo en algún lugar, en algún momento de la historia.
Le había intentado dar la oportunidad de vivir su vida, el que creía el mejor regalo que podía hacerles por su “servicio”, por su amistad.
Y la asimilación de esta revelación, de esta verdad universal, hacía que el sufrimiento de tres décadas emanara en oleadas desde el centro de su pecho. Era indiscutible que él la percibía, culpable y embelesado por la melodía melancólica de un solo de oboe. Era evidente que el Señor del Tiempo iba desempolvando los recuerdos de otros yoes, reproduciéndolos en su mente como una película antigua en blanco y negro, y los observaba con cierto distanciamiento. Eran ecos rescatadas del pasado, emociones oxidadas, porque, de hecho, no eran enteramente suyas. Decenas de hombres en un solo ser. De vidas, de encuentros, de aventuras, de acompañantes. Y cuantas más regeneraciones pasaban, más difícil debía ser, entre la maraña de memorias, de recuperar las que se encontraban en el fondo, dejando un poso, una impronta, que duraría para siempre. Hasta que su llama de luz se extinguiera en el final del tiempo, el espacio y la existencia. Hasta la Nada.
Un escalofrío la hizo estremecerse. El Doctor aflojó la presión sobre sus brazos, separándose para interrogarla con la mirada.
− ¿Qué ocurre? − el tono de preocupación fue como una caricia. − Esta vez al menos estás en Croydon de verdad… nada de hacer autostop desde Aberdeen. Y creo que la próxima vez podremos volver sin problemas. La TARDIS recordará el camino… − el rubor y la sonrisa tímida con que trató de quitarle hierro a su fallo en el pasado, cuando la dejara por error a kilómetros de su casa para atender la llamada urgente desde su planeta Gallifrey.
Sarah negó con la cabeza.
− No es eso… Yo…
Gesticuló para que continuara. Siempre impaciente, siempre deseando volar y escapar frenéticamente hacia la próxima parada.
− Quería…necesitaba pedirte un favor.
− ¡Lo que quieras, Sarah! − la sonrisa se ensanchó de oreja a oreja, ante la oportunidad de demostrar su generosidad, buscando hacer penitencia por su larguísima ausencia. Ante la seriedad grabada en las facciones aún hermosas de ella, la sonrisa desapareció tan súbitamente como se había dibujado en sus labios. La tomó por los hombros con firmeza. − Sabes que puedes contar conmigo siempre que lo necesites, siempre que esté en mi mano poder ayudarte… − carraspeó y se pasó la mano nerviosamente por el pelo, alborotándolo aún más. − Bueno… yo quería que fuese una sorpresa para cuando nos...hubiéramos marchado hoy, pero… − lanzó un silbido hacia los arbustos del parque donde habían aparcado la TARDIS. Momentáneamente Sarah Jane creyó que su amigo se había vuelto loco, pero entonces un robot, con el tamaño y aspecto que tendría un setter irlandés construido de acero, titanio y circuitos, salió obediente de su escondite.
− Llamaba. Amo. − articuló con voz artificial el robot, dirigiéndose al Doctor.
Sarah sofocó un sollozo. Oh, K-9…
−¡Muy bien, chico!. Sarah Jane, te presento a K-9.1, o bueno, K-9 remasterizado. − desvió la mirada de la suya instintivamente, azorado. − Lamento mucho lo ocurrido con el viejo K-9. Es una dura pérdida, especialmente para ti. Pero fue un buen chico y sirvió fielmente hasta el final en el campo de batalla…
− No me lo esperaba… − reconoció, casi sin habla, enternecida por el detalle.
− Es un ultimo modelo y he hecho algunas…adaptaciones. Él está conectado a la TARDIS, y la TARDIS conmigo… así que siempre que necesites ayuda… ¿cómo era aquello? − trató de hacer memoria, frunciendo el ceño profundamente. − ¡Ah, sí! ¡Dame un silbidito! Intentaré estar aquí lo antes posible… − entrelazó sus dedos con los de ella y les dio un apretón para reforzar su promesa. − Además, confío en que se portará tan heroicamente como su predecesor. ¿No, K-9? − preguntó, con el tono de un padre orgulloso que no espera más que lo mejor de su hijo predilecto.
El perro cibernético se situó del lado de su ama y contestó afirmativamente con un ladrido. Sarah se inclinó para acariciar la cabeza de latón, tan fría como la mano que sostenía la suya.
− Muchas gracias por todo. − murmuró cabizbaja. − De nuevo. Últimamente parezco un disco rallado… − lo decía medio en broma medio en serio. − Pero no era eso lo que quería pedirte.
Él permaneció expectante, bullendo en su sangre la anticipación de conceder lo que fuera que su amiga soñaba.
Sentía sobre los hombros cada uno de sus años, y un nudo en la garganta. Inspiró profundamente. Al menos tenía que intentarlo…
− Doctor, necesito… necesito volver a verle una última vez.
La expresión optimista de él se ensombreció, descolocada debido a la inquietud y la suspicacia. No sabía exactamente a qué se refería su petición, pero una parte de él lo sospechaba. Después de todo, conocía a Sarah Jane casi tan bien como a sí mismo. Mejor, incluso.
− Permíteme volver a aquel día de 1976. Cuando la TARDIS se materializó en Aberdeen. − suplicó con la emoción, la esperanza y la urgencia rajando su voz. No hacía poseer el don de la telepatía como él para percibir su incomodidad. El segundo en que la negación rotunda intentó salir propulsada desde el pozo de omnisciencia en su interior hasta sus labios.
− Sarah… − comenzó, repentinamente exhausto. − Sabes de sobra que no puedo hacer eso… Cualquier cosa menos eso. Conoces las normas tan bien como yo y viajaste el tiempo suficiente conmigo para descubrir las restricciones especiales que imponen el tiempo y el espacio. ¿Conoces el efecto mariposa? Podrían abrirse brechas imposibles de cerrar en el espacio-tiempo, fracturas en la historia de tu vida. Todo podría cambiar con un gesto o una palabra de más o de menos. El mínimo cambio en tu pasado repercutiría sensiblemente en el futuro de aquella Sarah, y por tanto en tu presente. Ahora sé cuánto te hizo sufrir mi decisión… y… − dirigió una mirada subrepticia a la cabina telefónica azul situada tras ellos, donde Rose, su Rose, y Mickey le esperaban para continuar con sus viajes. − lo lamento profundamente. Pero lo hecho, hecho está. No se puede deshacer entuertos así como así… los riesgos son siempre mucho más altos que los beneficios que pudieran obtenerse de ello.
Sarah se secó una lágrima furtiva con el dorso de su mano. Había aguantado su sermón estoicamente, y no estaba dispuesta a rendirse. Ahora se despediría, y nadie le aseguraba que volvería a tener la oportunidad de hacer esa petición, o de que volvieran a encontrarse, para el caso…
− Sientes haberme dejado. Te disculpas todo el tiempo. Dices que lo hiciste por mi bien, cuando sobre todo lo hiciste por el tuyo. − él intentó interrumpirla, y ella alzó la mano para pararle. − Sólo te pido… algo tan simple como verle una última vez. Despedirme. Hasta hoy, mi yo seguirá creyendo que me abandonaste, si es lo que te preocupa. Seguirá esperándote y llorando cada noche por ti, hasta que se le agoten las lágrimas y se le pegue la sal a las pestañas.
El Doctor soltó su mano como si le quemara. Tanta pasión, tanta agonía… enturbiaban su propia mirada.
− Sabiendo esto…dime − exhortó, con un deje de soberbia. − ¿volverías a hacerlo? ¿Me hubieras dejado atrás igualmente?
Apretó los labios en una delgada línea, sin reconocer la derrota. Cuando creyó que ya no iba a responder y que podían dar por amargamente zanjada su despedida, él tomo su mano de nuevo, acariciando sus nudillos con una calidez tan familiar que por un momento sus ojos la engañaron, y le pareció verle envejecer hasta tener delante al caballero distinguido, trajeado en elegante encaje y ante, según la moda de los sesenta, que murió y se regeneró entre sus brazos.
− Lo hubiera hecho igualmente, mi querida Sarah.
− Si pudiera decirle… si me dejaras… Dios. − balbuceó. − Sé que mi vida hubiera seguido siendo igual de solitaria, igual de triste, aguardando tu regreso. Pero no cargaría hasta mi muerte con esta incertidumbre de saber lo que hubiera podido ser si no hubiera sido tan…ingenua, tan impresionable. ¡Aunque nunca sea! − hacía aspavientos con las manos. Frustrada. Probablemente sólo estaba soltando una sarta de sandeces e incoherencias, pero treinta habían sido muchos años para guardarlas en secreto. − No te retendré… Partirá a Gallifrey. Yo regresaré aquí, donde me corresponde estar. Él…tú…seguirán con su destino, corriendo las mismas aventuras, conociendo a las personas que has conocido. Regenerándote esa media docena de veces. Y no nos volveremos a encontrar hasta hoy. Pero al menos habré tenido ese minuto eterno de esplendor con que recordar a mi Doctor. Te juro…− la voz le tembló, pero consiguió componerse, y terminar la frase en un susurro. − Que no provocaré terribles paradojas temporales, no te preocupes. Me entrenaste para saber esconderme en los momentos críticos… Ella no me verá. Y si lo hiciera…jamás me reconocería. − señaló su rostro, surcado por líneas que servían de cauce a las lágrimas. − Demasiadas arrugas. Parezco una pasa…
Otro abrazo la envolvió.
− De acuerdo, Sarah Jane. Será peliagudo. La intersección en el tiempo de las TARDIS no está exenta de riesgos… pero − como en otra vida, se tomó la libertad de dar un toque con el dedo índice a su nariz respingona, la vergüenza de su juventud. − es imposible negarle nada a mi mejor amiga.
Poco después, en un flash de azul, la TARDIS se desvaneció. Cuantos de energía fluctuando entre las dimensiones que mantienen el orden del cosmos.
TBC...
RATING: K/K+
GÉNERO: Romance. Amistad. Drama.
SPOILERS: AU Post- School Reunion (Nuevo Who, 10º Doctor: 2x04), Hand of Fear (Clásico Who: 4º Doctor y menciones del 3º).
PAIRING: básicamente 4/Sarah Jane Smith. Alusiones a 10/Rose.
SUMMARY: Sarah Jane ha vivido los últimos treinta años suspendida en un limbo de anhelos y recuerdos, a la espera de vislumbrar un flash azul aparecer de la nada para devolverle al amor de su vida. ¿Cambiaría algo si se le diera una segunda oportunidad para regresar al momento en que se vio forzada a abandonarle?
DEDICATORIA: Para los que consiguen ver más allá de las cafeteras gigantes xDDD y las chicas de TV TALK por animarme a ver esta serie, después de años y años de oír hablar de ella. A las Ángeles de Volk (Lau-Regi-Sandra), porque forman un trío (omg no en ese sentido!) fantabuloso que no se encuentra por ahí desde el de JK (pre-Epílogo, por favor).
SARAH JANE: I waited for you. I missed you.
DOCTOR (brushing this off): Oh, you didn't need me! You were getting on with your life.
SARAH JANE: You were my life.
The Doctor looks up at her.
SARAH JANE: You know what the most difficult thing was? Coping with what happens next, and with what doesn't happen next. You took me to the furthest reaches of the galaxy, you showed me supernovas, intergalactic battles and then you just dropped me back on Earth. How could anything compare to that?
JUST A TASTE OF SPLENDOUR
Shall we agree that just this once
I'm gonna change my life
until it's just as tiny or
important as you like
and in time, we won't even recall that we spoke
Words that turned out to be as big as smoke
like smoke, disappears in the air
there's always something smouldering somewhere
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
You'll see me off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
There was a time not long ago
I dreamt that the world was flat
and all the colours bled away
and that was that
And in time, I could only believe in one thing
the sky was just phosphourus stars hung on strings
and you swore that they'd always be mine
when you can pull them down anytime
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
You'll see me off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
There, there baby now, don't say a word
lie down baby, your vision is blurred
Your head is so sore from all of that thinking
I don't want to hurt you now
but I think you're shrinking (I think you're skrinking)
You're half-naked ambition and
you're half out of your wits
and though your wristhingych always works
your necktie never fits
Now its so hard to pick the receiver up
and when I call, I never noticed you could be so small
the answer was under your nose
but the question never arose
I know it don't make a difference to you
but oh, it sure made a difference to me
When you find me here at the end of my rope
when the head and heart of it finally elope
You can see us off in the distance, I hope
at the other end
at the other end of the telescope
[The Other End (of the Telescope), Aimee Mann & Elvis Costello]
***
− Adiós, mi Sarah Jane…
Aunque el aroma, a té y eternidad, resultaba familiar (un bálsamo para las heridas sin cicatrizar en su alma), la textura de la chaqueta de tweed y corte clásico raspaba como la lija bajo su mejilla. Nada que ver en absoluto con la suavidad del terciopelo o la confortable calidez de la lana que en otro tiempo (tantas estrellas…tantos eones) la habían acunado.
Brazos jóvenes, fibrosos, estrecharon a Sarah Jane Smith en un abrazo infinito, elevándola del suelo en su entusiasmo. Desde luego, desde esa perspectiva, se notaba que era más fuerte de lo que la primera impresión le había sugerido. La apariencia larguirucha, espigada, de su actual regeneración había hecho aflorar su instinto maternal envuelto en telarañas y relegado al olvido. Tuvo que reprimir el deseo de llevarlo a casa para darle un buen plato de sopa caliente, además del impulso de estrangularle por haberle hecho subsistir en el purgatorio del olvido, con la convicción de su muerte, por supuesto.
En el fondo, su razón sabía a ciencia cierta que era Él, más o menos menudo. Conservaba la mirada inquisitiva, el resquicio en el que, si permitía que te asomaras, podías vislumbrar con asombro el devenir de los siglos, la muerte de Estrellas, el nacimiento de razas, los confines de galaxias sin descubrir en su tiempo.
Sin embargo, no podía dejar de pensar, con una tristeza que la desgarraba por dentro que, al margen de que luciera rostro y unas manos diferentes, de la ausencia de chorreras y de la bolsa de ositos de goma abierta en el bolsillo… éste no era su Doctor. Había sido despojado de la ingenuidad y la picardía. Si ella había envejecido con un agujero negro en el corazón, sus pérdidas a él le habían curtido, hasta que su jovialidad y madurez parecían incongruentes, reñidas. Se había vuelto más cínico, más cauto, más reservado y hermético, aunque lo disimulada bien con su verborrea sin fin y la petulancia típica del niño avispado de la clase. Llevaba una sonrisa dulce y nostálgica en el rostro cada vez que miraba en su dirección, pero la mayor parte del tiempo era tan sólo una mueca refleja. Lejos de conmoverla… no sabía bien si reír o llorar en esas ocasiones, pues era consciente de que los corazones del Doctor latían con una sincronía distinta de la suya. Siguiendo el tempo de la muchacha valiente, ingeniosa y leal que ahora viajaba con él, Rose. Una rosa fresca, sin espinas, que empezaba a abrirse bajo los rayos del sol. No podía odiarla, aunque hubiera tenido motivos. De hecho, era curioso. Le recordaba tanto a ella misma… antes de marchitarse en un páramo yermo ante horas muertas de espera…
Pero incluso alrededor de Rose, él mantenía una máscara de resignada y fría impasibilidad, y unas barreras de contención que les protegían a ambos. Una distancia de seguridad sin la cual hubiera incurrido en el error que, sin duda, estuvo a punto de cometer con ella.
Sarah Jane había reflexionado sobre todo ello mientras corrían para salvar sus vidas y la de escolares inocentes con alienígenas pisándoles los talones. No podía ser más lógico y natural que la hubiera olvidado, que hubiera preferido apartarla a readmitirla a bordo TARDIS.
El Doctor dominaba al tiempo y, a la vez, éste era su peor enemigo. Por fin lo había entendido. Él, infalible, poderoso, era tan humano como ella en ese aspecto. Tenía miedo y era egoísta. Correr aventuras acompañado era para él un modo de vida, una necesidad para combatir la soledad y el vacío entre constelaciones, más que un entretenimiento. La Humanidad le fascinaba, le enriquecía. Pero embarcar a cualquier persona como compañero de viaje, por valiosa y útil que fuera, constituía, llegado a un punto (el de la amistad), un riesgo doblemente peligroso para él. Ver envejecer y morir, uno tras otro, a sus amigos… suponía un pesar que se magnificaba hasta el infinito y se hacía intolerable.
No la había dejado atrás porque fuera prescindible, o porque hubiera encontrado alguien mejor, sino porque la había apreciado demasiado para retenerla, demasiado para seguir surcando los milenios sin ella. Sin la certeza de que estaba a salvo en algún lugar, en algún momento de la historia.
Le había intentado dar la oportunidad de vivir su vida, el que creía el mejor regalo que podía hacerles por su “servicio”, por su amistad.
Y la asimilación de esta revelación, de esta verdad universal, hacía que el sufrimiento de tres décadas emanara en oleadas desde el centro de su pecho. Era indiscutible que él la percibía, culpable y embelesado por la melodía melancólica de un solo de oboe. Era evidente que el Señor del Tiempo iba desempolvando los recuerdos de otros yoes, reproduciéndolos en su mente como una película antigua en blanco y negro, y los observaba con cierto distanciamiento. Eran ecos rescatadas del pasado, emociones oxidadas, porque, de hecho, no eran enteramente suyas. Decenas de hombres en un solo ser. De vidas, de encuentros, de aventuras, de acompañantes. Y cuantas más regeneraciones pasaban, más difícil debía ser, entre la maraña de memorias, de recuperar las que se encontraban en el fondo, dejando un poso, una impronta, que duraría para siempre. Hasta que su llama de luz se extinguiera en el final del tiempo, el espacio y la existencia. Hasta la Nada.
Un escalofrío la hizo estremecerse. El Doctor aflojó la presión sobre sus brazos, separándose para interrogarla con la mirada.
− ¿Qué ocurre? − el tono de preocupación fue como una caricia. − Esta vez al menos estás en Croydon de verdad… nada de hacer autostop desde Aberdeen. Y creo que la próxima vez podremos volver sin problemas. La TARDIS recordará el camino… − el rubor y la sonrisa tímida con que trató de quitarle hierro a su fallo en el pasado, cuando la dejara por error a kilómetros de su casa para atender la llamada urgente desde su planeta Gallifrey.
Sarah negó con la cabeza.
− No es eso… Yo…
Gesticuló para que continuara. Siempre impaciente, siempre deseando volar y escapar frenéticamente hacia la próxima parada.
− Quería…necesitaba pedirte un favor.
− ¡Lo que quieras, Sarah! − la sonrisa se ensanchó de oreja a oreja, ante la oportunidad de demostrar su generosidad, buscando hacer penitencia por su larguísima ausencia. Ante la seriedad grabada en las facciones aún hermosas de ella, la sonrisa desapareció tan súbitamente como se había dibujado en sus labios. La tomó por los hombros con firmeza. − Sabes que puedes contar conmigo siempre que lo necesites, siempre que esté en mi mano poder ayudarte… − carraspeó y se pasó la mano nerviosamente por el pelo, alborotándolo aún más. − Bueno… yo quería que fuese una sorpresa para cuando nos...hubiéramos marchado hoy, pero… − lanzó un silbido hacia los arbustos del parque donde habían aparcado la TARDIS. Momentáneamente Sarah Jane creyó que su amigo se había vuelto loco, pero entonces un robot, con el tamaño y aspecto que tendría un setter irlandés construido de acero, titanio y circuitos, salió obediente de su escondite.
− Llamaba. Amo. − articuló con voz artificial el robot, dirigiéndose al Doctor.
Sarah sofocó un sollozo. Oh, K-9…
−¡Muy bien, chico!. Sarah Jane, te presento a K-9.1, o bueno, K-9 remasterizado. − desvió la mirada de la suya instintivamente, azorado. − Lamento mucho lo ocurrido con el viejo K-9. Es una dura pérdida, especialmente para ti. Pero fue un buen chico y sirvió fielmente hasta el final en el campo de batalla…
− No me lo esperaba… − reconoció, casi sin habla, enternecida por el detalle.
− Es un ultimo modelo y he hecho algunas…adaptaciones. Él está conectado a la TARDIS, y la TARDIS conmigo… así que siempre que necesites ayuda… ¿cómo era aquello? − trató de hacer memoria, frunciendo el ceño profundamente. − ¡Ah, sí! ¡Dame un silbidito! Intentaré estar aquí lo antes posible… − entrelazó sus dedos con los de ella y les dio un apretón para reforzar su promesa. − Además, confío en que se portará tan heroicamente como su predecesor. ¿No, K-9? − preguntó, con el tono de un padre orgulloso que no espera más que lo mejor de su hijo predilecto.
El perro cibernético se situó del lado de su ama y contestó afirmativamente con un ladrido. Sarah se inclinó para acariciar la cabeza de latón, tan fría como la mano que sostenía la suya.
− Muchas gracias por todo. − murmuró cabizbaja. − De nuevo. Últimamente parezco un disco rallado… − lo decía medio en broma medio en serio. − Pero no era eso lo que quería pedirte.
Él permaneció expectante, bullendo en su sangre la anticipación de conceder lo que fuera que su amiga soñaba.
Sentía sobre los hombros cada uno de sus años, y un nudo en la garganta. Inspiró profundamente. Al menos tenía que intentarlo…
− Doctor, necesito… necesito volver a verle una última vez.
La expresión optimista de él se ensombreció, descolocada debido a la inquietud y la suspicacia. No sabía exactamente a qué se refería su petición, pero una parte de él lo sospechaba. Después de todo, conocía a Sarah Jane casi tan bien como a sí mismo. Mejor, incluso.
− Permíteme volver a aquel día de 1976. Cuando la TARDIS se materializó en Aberdeen. − suplicó con la emoción, la esperanza y la urgencia rajando su voz. No hacía poseer el don de la telepatía como él para percibir su incomodidad. El segundo en que la negación rotunda intentó salir propulsada desde el pozo de omnisciencia en su interior hasta sus labios.
− Sarah… − comenzó, repentinamente exhausto. − Sabes de sobra que no puedo hacer eso… Cualquier cosa menos eso. Conoces las normas tan bien como yo y viajaste el tiempo suficiente conmigo para descubrir las restricciones especiales que imponen el tiempo y el espacio. ¿Conoces el efecto mariposa? Podrían abrirse brechas imposibles de cerrar en el espacio-tiempo, fracturas en la historia de tu vida. Todo podría cambiar con un gesto o una palabra de más o de menos. El mínimo cambio en tu pasado repercutiría sensiblemente en el futuro de aquella Sarah, y por tanto en tu presente. Ahora sé cuánto te hizo sufrir mi decisión… y… − dirigió una mirada subrepticia a la cabina telefónica azul situada tras ellos, donde Rose, su Rose, y Mickey le esperaban para continuar con sus viajes. − lo lamento profundamente. Pero lo hecho, hecho está. No se puede deshacer entuertos así como así… los riesgos son siempre mucho más altos que los beneficios que pudieran obtenerse de ello.
Sarah se secó una lágrima furtiva con el dorso de su mano. Había aguantado su sermón estoicamente, y no estaba dispuesta a rendirse. Ahora se despediría, y nadie le aseguraba que volvería a tener la oportunidad de hacer esa petición, o de que volvieran a encontrarse, para el caso…
− Sientes haberme dejado. Te disculpas todo el tiempo. Dices que lo hiciste por mi bien, cuando sobre todo lo hiciste por el tuyo. − él intentó interrumpirla, y ella alzó la mano para pararle. − Sólo te pido… algo tan simple como verle una última vez. Despedirme. Hasta hoy, mi yo seguirá creyendo que me abandonaste, si es lo que te preocupa. Seguirá esperándote y llorando cada noche por ti, hasta que se le agoten las lágrimas y se le pegue la sal a las pestañas.
El Doctor soltó su mano como si le quemara. Tanta pasión, tanta agonía… enturbiaban su propia mirada.
− Sabiendo esto…dime − exhortó, con un deje de soberbia. − ¿volverías a hacerlo? ¿Me hubieras dejado atrás igualmente?
Apretó los labios en una delgada línea, sin reconocer la derrota. Cuando creyó que ya no iba a responder y que podían dar por amargamente zanjada su despedida, él tomo su mano de nuevo, acariciando sus nudillos con una calidez tan familiar que por un momento sus ojos la engañaron, y le pareció verle envejecer hasta tener delante al caballero distinguido, trajeado en elegante encaje y ante, según la moda de los sesenta, que murió y se regeneró entre sus brazos.
− Lo hubiera hecho igualmente, mi querida Sarah.
− Si pudiera decirle… si me dejaras… Dios. − balbuceó. − Sé que mi vida hubiera seguido siendo igual de solitaria, igual de triste, aguardando tu regreso. Pero no cargaría hasta mi muerte con esta incertidumbre de saber lo que hubiera podido ser si no hubiera sido tan…ingenua, tan impresionable. ¡Aunque nunca sea! − hacía aspavientos con las manos. Frustrada. Probablemente sólo estaba soltando una sarta de sandeces e incoherencias, pero treinta habían sido muchos años para guardarlas en secreto. − No te retendré… Partirá a Gallifrey. Yo regresaré aquí, donde me corresponde estar. Él…tú…seguirán con su destino, corriendo las mismas aventuras, conociendo a las personas que has conocido. Regenerándote esa media docena de veces. Y no nos volveremos a encontrar hasta hoy. Pero al menos habré tenido ese minuto eterno de esplendor con que recordar a mi Doctor. Te juro…− la voz le tembló, pero consiguió componerse, y terminar la frase en un susurro. − Que no provocaré terribles paradojas temporales, no te preocupes. Me entrenaste para saber esconderme en los momentos críticos… Ella no me verá. Y si lo hiciera…jamás me reconocería. − señaló su rostro, surcado por líneas que servían de cauce a las lágrimas. − Demasiadas arrugas. Parezco una pasa…
Otro abrazo la envolvió.
− De acuerdo, Sarah Jane. Será peliagudo. La intersección en el tiempo de las TARDIS no está exenta de riesgos… pero − como en otra vida, se tomó la libertad de dar un toque con el dedo índice a su nariz respingona, la vergüenza de su juventud. − es imposible negarle nada a mi mejor amiga.
Poco después, en un flash de azul, la TARDIS se desvaneció. Cuantos de energía fluctuando entre las dimensiones que mantienen el orden del cosmos.
TBC...